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RECORDANDO LA REVISTA ALUMNI, POR EDGARDO "TITIN" PLATANIA
Vamos a hablar de una revista que se repartía en la cancha, y que era algo más que una simple revista dominical.
Transmitía "en directo" los resultados de los partidos de AFA, sin decir una sola palabra...
En el estadio había un tablero con claves alfanuméricas. Era de chapa, y de él colgaban números y cifras.
Un problema del hincha es saber cómo les fue a los otros equipos, sobre todo cuando la suerte del cuadro propio depende de ajenos resultados. Para eso estaba el tablero.
A Roberto Traversa, fundador de la revista porteña Alumni, se le ocurrió colocar un soporte gigante de chapa negra, de donde colgaban carteles bien
Corría el año 1932, y el fútbol ya era profesional, aunque la revista llevaba el nombre de un viejo club amateur.
Alumni era una revista modesta, de pocas páginas y tapa a dos colores. En ella se comentaban los partidos, la perfomance de los equipos y el comportamiento de jugadores de las distintas divisiones de la AFA.
Para ganar más dinero, o asegurarse la venta de la revistita, se colocó el tablero que "cantaba" los goles.
La clave no se sabía en la cancha, y cambiaba cada domingo, para saberla había que comprar la revista.
Aquí al lado vemos la clave: Rosario Central es la Y para ese domingo, y Newell´s la U.
En sus mejores días, el cartel se había complejizado considerablemente, con colores y chapas alternativas que se superponían unas a otras, indicando autor del gol, expulsados, goles errados y penales, cada una con su código, cantidad y color. Dado que el tablero era de superficie limitada, las chapas se superponían, cambiando rápidamente para dejar ver los resultados. Lógicamente, comprada la revista con la clave, el hincha se veía rodeado por cien personas que querían leerle, por sobre el hombro, el oculto jeroglífico en posesión del lector.
Si bien es una anécdota, es interesante ver como este sistema –algo parecido a un telégrafo- necesitaba de una coordinación importante.
Un telefonista accedía al dato, y a pura memoria subía heroicamente al cartel, allí cambiaba la chapa.
Cada vez que Central hacía un gol, por ejemplo, pasaba el dato a Buenos Aires. Una red de telefonistas-gimnastas estaba en contacto permanentemente, por dos horas. Un operador on-line, en cada estadio, era inevitable. Los teléfonos, a dínamo y ficha, eran ideales para eso, pero se necesitaba una atención constante. Podían hacerse dos goles con pocos segundos de diferencia, y eso complicaba todo. La experiencia del operador era fundamental.
El sistema pervivió hasta los años 60, ya que la llegada del receptor portátil de radio (la Ranser y la Spica, con audífono) volvió inútil el sistema, reducido en el último tiempo a lo meramente decorativo. En Buenos Aires incluso el dato de Alumni se pasaba por la radio, según se comenta.
A pesar de la decadencia, un pico de ventas fue en 1964, cuando se produjo un problema económico entre la AFA y las emisoras radiales.
Sin datos, el hincha compró masivamente la revista nuevamente, y como nunca. Fue un récord de Alumni, triplicando su venta habitual.
http://datagrana.wordpress.com/2009/07/17/alumni-el-codigo-del-futbol/
Alumni, el código del fútbol
Durante más de tres décadas, un tablero de chapa en cada estadio y un periódico deportivo con códigos para descifrarlo le permitieron a la afluencia conocer los resultados parciales de los encuentros que se disputaban en simultáneo. El sistema impuesto por la revista que ostentó el nombre del equipo más representativo del período amateur en Argentina nació con el profesionalismo y prescribió con el surgimiento de la “Spica”. En Lanús, estaba ubicado en el codo que hoy une la platea de la calle Fray Mamerto Esquiú con la cabecera lindera al complejo polideportivo.
Desde que fue a la cancha por primera vez, el 29 de mayo de 1932, no faltó ni un sólo domingo durante treinta y seis años. Allí, arriba, en el rincón más visible de cada estadio, el hombre colgaba las chapas teñidas de pintura al agua y enchufaba el teléfono mientras esperaba el arranque de los partidos de tercera división.
Ese personaje -había uno por estadio- era el valiente tablerista de la revista Alumni, quien notificaba los sucesos de la fecha al tiempo que se celebraban los partidos en uno y otro escenario. Durante los más de noventa minutos de juego, el informante recibía en su teléfono a magneto con manivela de hierro, llamadas provenientes del edificio de redacción de la revista, en las que le informaban con detalles los goles que se convertían en los otros encuentros para que el intrépido los volcara prestamente en el tablero ajedrezado.
Los teléfonos a manivela habían sido diseñados sobre el final del siglo XIX para establecer comunicaciones entre dos usuarios desunidos por un trayecto efímero. El emisor debía virar la manija y con tal movimiento generar una corriente de electricidad hasta activar un timbre en la central operadora. Al momento, una interlocutora instalada delante de un cuadro de distribución telefónico contestaba la señal y el interesado requería la conexión con el receptor a gusto.
Cada una de estas telefonistas estaba provista de un receptor y un transmisor, sostenidos en posición por razón de una lámina o casquete, resultando de tal manera las manos libres. El frente del cuadro estaba perforado por un importante conjunto de orificios pequeños llamados “jacks” (“enchufe” en inglés) acompañados por una diminuta lámpara eléctrica. Cada abertura representaba el tramo final de las líneas telefónicas.
Entre el operador y la cara vertical del cuadro surgía un estante estrecho, del que despuntaban cientos de terminales con extremidades de latón. Estas eran nombradas “clavijas” e iban ensambladas a los cabos de cordones flexibles para establecer la comunicación final.
Durante treinta y siete certámenes oficiales regidos por la Asociación del Fútbol Argentino -el torneo de 1936 se disputó en dos etapas-, los entusiastas que asistían a los estadios dependieron casi de modo exclusivo de este singular y complejo sistema patentado por el fundador de Alumni, Lorenzo Traverso, para conocer los demás resultados de la jornada futbolera.
A sencilla vista, el célebre tablero constaba de un panel enmarcado en hierro dividido en cuarenta y cinco casilleros rectangulares -nueve horizontales y cinco verticales- que a excepción de la quinta columna eran ocupados por una letra o un número, habitualmente trazado en negro sobre una base blanca. Para descifrar la ecuación sólo había que acudir a la clave incluida en las páginas centrales de la revista, que se adquiría a 20 centavos moneda nacional, incluso en los ingresos a las tribunas.
A cada equipo le correspondía una letra y cada número representaba la cantidad de goles señalados por esa escuadra. El recurso implementado por los editores era variar los códigos al fin de cada jornada para que no fuese posible utilizar ediciones anteriores para conocer los scores de cada fecha.
La edición mantuvo un alto nivel de popularidad durante más de treinta años; justamente durante la apodada “época de oro” del fútbol argentino. Luego, sobre el fin de la quinta década del siglo XX, el fútbol invadió las radios y la popularísima portátil a transistores Spica llegó a las tribunas y, poco a poco, relegó la magia del tablero y a su abnegado operador a una función poco menos que decorativa.
Sin embargo, la revista continuó con su edición de modo regular hasta septiembre de 1968, y conoció su tarde más gloriosa el domingo 3 de mayo de 1964 cuando un desacuerdo económico entre la A.F.A. y las emisoras radiales dejó al país sin los relatos de José María Muñoz y del aún presente periodista uruguayo Joaquín Carballo Fioravanti Serantes. Esa tarde, por primera y única vez, Alumni agotó su tirada de 135.000 ejemplares, más del doble de lo habitual.
Junto a las claves para descifrar los resultados y demás alternativas de los encuentros de la semana, la revista publicaba estadísticas acerca del fútbol, algunas líneas de boxeo e incluso publicidades de los espectáculos teatrales que eran transmitidos en directo por las radios Stentor, Cultura y Argentina.
“En cada fecha yo me enteraba de la letra de Boca o del equipo que estuviera peleando el campeonato con nosotros y cuando la pelota estaba lejos trataba de pispear como iban”, admitió a fin de la década de 1990 el ex arquero de River Plate Amadeo Carrizo. En el estadio Monumental, la grilla estaba ubicada detrás del arco que da la espalda al Río de la Plata, cuando el recinto aún tenía estructura de herradura.
“Eso sí, podía verlo sólo cuando atajaba de ese lado. Desde el otro arco era más difícil verlo, había que tener muy buena vista. Pero de lo que más me acuerdo es de los canillitas gritando ‘¡Alumni con la clave, Alumni con la clave!‘. Era un clásico.”, agregó luego el guardameta multicampeón con River.
Claro que la velocidad y la fluidez de las comunicaciones no eran ciertamente las de la fibra óptica. Desde la redacción de la publicación, en Avenida de Mayo, se establecía a través del rudo teléfono a magneto una comunicación a cada cancha cada diez o quince minutos, en la que un informante daba cuenta de lo que los tableristas -paso mediante por la interlocutora- debían marcar en las grillas luego de trepar por la parte posterior del armazón.